Una vez en una conferencia le preguntaron cómo lograba capturar semejantes momentos sin que las personas se resistieran ante su cámara, sin incomodar. Él respondió que era gracias a que las miraba a los ojos, con respeto, a que caminó junto a ellas, a que sintió como ellas, porque no se puso en sus zapatos sino más bien se metió en sus pieles. Jesús Abad Colorado no es de esos fotógrafos que dispara ráfaga tras ráfaga, para él cada obturación es un latido. Por eso enfoca con el ojo izquierdo, porque es el más cercano al corazón. He ahí la razón de que sus fotografías sean tan certeras, porque se detiene, porque espera y obtura, no en el instante decisivo sino más bien en el momento correcto.
Pero el interés de Colorado no solo está en las víctimas sino también en los victimarios, en las huellas que deja la guerra en las estructuras, en el paisaje, en. los cuerpos. Sus fotografías buscan con sobriedad capturar un momento para la memoria. En Bojayá, en 2002, fue uno de los primeros periodistas en hacer presencia después de ocurrida la masacre; tenía un sinfín de escenas crueles para fotografiar pero la imagen que publicó sobre el trágico momento fue la del Cristo despedazado en el suelo de la iglesia destruida donde se refugiaron niños y mujeres. Domingo, uno de los sobrevivientes le preguntó al fotógrafo por qué no había tomado fotos de los brazos y las piernas desmembradas, de la sangre regada, Jesús respondió que ese tipo de imágenes son lo contrario de lo que él busca: no informan, pero sí generan odio y sed de venganza