La verdad, un dilema ético

La verdad, un dilema ético

Por Antonio García

En recientes declaraciones, un ex jefe paramilitar contó una serie de hechos que marcaron la historia del conflicto en Colombia, que se conocían muy poco o que sus detalles, y protagonistas, siempre con víctimas y victimarios, poco se conocen.

Inmediatamente desató un gran movimiento en las redes sociales, que apoyan en algunos casos lo ya dicho, o trataban de desmentir lo expuesto o anunciaban acciones legales en contra de él que los expone.

El expositor, Salvatore Mancuso Gómez, quien llegó a ser comandante de las AUC y por tanto conocedor de la gran mayoría de los entramados que se vivieron en esa organización criminal, simplemente anunció cuál sería su participación en caso de ser acogido por la JEP, mencionando “titulares” de lo que sería su Matriz de Colaboración con la justicia. Inició un proceso de búsqueda de la verdad.

A la Jurisdicción Especial de Paz, JEP, se va a reconocer voluntariamente en que participó directa o indirectamente dentro del conflicto armado colombiano. De ese reconocimiento voluntario saldrán entonces unas sanciones propias que para el caso de Mancuso serán por haber sido articulador o bisagra entre el establecimiento colombiano (la clase dirigente, política y económica), sus fuerzas militares y la organización criminal AUC que dirigió.

Los que resultaron afectados por las declaraciones de Mancuso inmediatamente solicitaron enfáticamente que se entregaran las pruebas que supuestamente los involucran. No hay.  Se tendrán muy pocas pruebas o ninguna pues tanto las organizaciones criminales como los favorecidos son cuidadosos en que no queden pruebas que puedan involucrarlos después.  Es la forma de garantizar la Impunidad.

Pedir pruebas de la ocurrencia de estos hechos, es cuando menos una actitud cínica y sospechosa. Es casi una confirmación de la estrategia de ocultamiento y de su éxito final.

Muy pocas pruebas quedaron, o ninguna, por que quienes actuaron en esos hechos, lo hicieron pensando en favorecerse mutuamente en un negocio ilegal, predestinado a permanecer en la más absoluta impunidad, no en dejar pruebas para después realizar un “entrampamiento”. Este, el “entrampamiento”,  es un artilugio que solo se ve en lo más bajo del bajo mundo, ni siquiera corresponde a una ética criminal.

Ahora, ¿cuál es la verdad que necesitamos conocer los colombianos?, ¿La que se prueba?, ¿La que el juez determina cómo la verdad con fundamento en las pruebas que existan?, ¿la verdad real, la que se cuenta con el conocimiento de lo ocurrido, pero que los perpetradores minuciosamente no dejaron pruebas, o las ocultaron, o las destruyeron?, ¡Eh ahí el dilema!

Mancuso y todos los perpetradores de graves violaciones a los derechos humanos tienen la obligación de contar toda la verdad, reparar el daño causado a las víctimas, comprometerse con la no repetición de las graves violaciones de derechos humanos que causaron y  cumplir la pena que les imponga la justicia por ello.

No contar la verdad, conociéndola, porque no se tienen pruebas es una cuando menos una afrenta para las víctimas que lo que realmente necesitan es saber la realidad de lo que ocurrió en su hecho victimizante; saber qué pasó con su ser querido, si fue asesinado y si es posible recuperar el cuerpo. Pero esa misma víctima y toda la Humanidad quieren saber las causas, los determinadores, los cómplices, los beneficiarios de este hecho.  El perpetrador o quien conozca los hechos no puede negarle a la humanidad este conocimiento simplemente porque no se tienen pruebas de actos, hechos o cosas que ocurrieron realmente.  Entonces, vistas así las cosas, ¿importa que no hayan pruebas?  

La respuesta se encuentra en el campo de la Moral y la Ética. La respuesta que encontraría en el mundo del Derecho, en lo jurídico, sencillamente respalda y facilita la impunidad, que no haya verdad, pero también que no haya justicia, que no haya reparación, pero hay un efecto peor: facilita, predispone y hace prácticamente inevitable la repetición.

Contar la verdad así es dejar por lo menos la constancia para el futuro de que unas situaciones ocurrieron, y que por lo menos las víctimas tienen una información que quizás algún día les permitirá establecer la Verdad Verdadera; lo que realmente ocurrió y no se termine de extender el inmenso manto de la impunidad sobre tanto dolor causado.

Mancuso simplemente ha hecho lo correcto.

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