Las casas solo existen cuando las habitan las personas, dijo Gloría mientras recorría su vivienda y repasaba uno a uno los rincones de lo que hasta hace dos meses era su morada. Con angustia, fue recolectando los daños que el abandono le provocó a su hogar, que son los mismos que el desplazamiento forzado le provocan a su cuerpo y a su alma.
Gloria es una indígena Wounaan, integrante del Resguardo de Pichimá Quebrada, en el Litoral del Bajo San Juan, y hace parte de las 25 familias que el pasado 2 de julio tuvieron que salir despavoridas de sus hogares para protegerse de las balas y la muerte, que de improvisto se apoderaron de sus tierras, luego de que dos grupos armados iniciaran una confrontación en el lugar.
Horas después de esos terroríficos hechos, 119 indígenas se montaron en sus canoas de madera y bajaron por el río San Juan hasta llegar a Docordó, en donde tuvieron que refugiarse en tres albergues en ruinas. Tres lugares con pocas paredes, escasa luz, ausencia de tranquilidad y nada en común con sus hogares.